....el profesor ya había dejado su maletín en la mesa y se encontraba en el centro de la pizarra, mirando a sus alumnos.
Junto a él, una chica esperaba a que le diera sus instrucciones. No había estado en la presentación del viernes anterior, y aquel era su primer día en el instituto. Sauke la vio justo cuando el profesor le indicaba, al menos por el momento, cual sería su lugar entre los alumnos. Maldijo que se hubiera retrasado tanto en colocar sus cuadernos. Mientras, la adolescente se dirigía casi hasta sentarse junto a él. Sauke no pudo evitar mirarla fijamente mientras se movía con elegante sensualidad entre los pupitres de sus compañeros.
Su cuerpo parecía haber dejado la adolescencia algo atrás, habiendo florecido cada una de sus curvas hasta alcanzar una indescriptible belleza. Además, vestía una falda corta de color negro y una camisa del mismo color que transparentaba dejando ver el top rojo que sujetaba sus tersos pechos, pronunciando aún más su atractivo si es que era posible. Era evidente que había hipnotizado a todos los chicos de la clase, exceptuando a François, que esperaba expectante a que algo rompiera el hielo. Las chicas, por su lado, tampoco pudieron pasar de largo a su nueva compañera, y muchas de ellas abrieron la boca de puro asombro al ver cómo se sentaba en su sitio con un movimiento justo y provocativo.
En ese momento Sauke pudo reaccionar y se dio cuenta de que no se había enterado de su nombre. Golpeó a su compañero de pupitre en el codo y abrió la boca para preguntar. Pero el profesor se le adelantó y comenzó la clase con voz autoritaria. Ambos se enderezaron en sus sillas y simularon prestar toda la atención posible.
Sauke volvió a mirar a la nueva durante un momento. Era pelirroja, al parecer natural, y tenía unos profundos ojos azul marino. Unos ojos penetrantes e hipnotizadores que miraban licenciosamente. Miraban... le miraban... ¡le miraban! Dio un pequeño respingo en la silla algo sobresaltado, interrumpiendo el discurso del profesor con el ruido de las patas al levantarse y caer. Éste le miró durante un momento y Sauke disimuló tosiendo un poco. La cara del profesor indicaba que no le había hecho demasiada gracia, como a los que se tapaban la boca para ocultar sus risas, pero lo dejó apuntado en su mente y continuó con su introducción al tema del día.
—No debería distraerse al principio del curso, Señor Cadaso, o puede que otra vez se quede atrás.
Sauke asintió con la cabeza y dirigió una breve mirada a la nueva. Ésta todavía le miraba, aunque con una leve sonrisa en los labios. Y Sauke no sabía qué podía expresar aquella sonrisa. Por un momento le pareció que era una mueca de desprecio, justo antes de que volviera su cara hacia el profesor y él la imitara. Un escalofrío recorrió su espalda y sufrió un pequeño temblor, pero esta vez se guardó de no hacer ruido.
—Ashura —le susurró su compañero poco después.
—¿Cómo?—preguntó Sauke, que no entendía lo que le había dicho.
—Se llama Ashura. Debe ser de tu país, tío. Seguro que por eso te ha mirado de esa manera.
Y Sauke recibió un cordial codazo de complicidad. Pero él no creía que fuera de Japón. Ni siquiera parecía oriental. No sabía de dónde podría ser, pero desde luego no le había dejado muy buena sensación a primera vista.
Le había mirado, sí. Pero no era porque se sintiera identificada con él. Aquella mirada parecía haberle saludado. Un saludo que tenía poco de amable. Esa tal Ashura le había mirado como si le conociera, como si siempre le hubiera conocido.
O quizá no le conociera. Simplemente le buscaba.
El Destino de los Ordenes
jueves, 21 de junio de 2012
ELDA1:Acoso. PRÓLOGO
La calle subía rodeando las viejas naves del polígono industrial. Era de noche, y tan solo algún coche pasaba de rato en rato por aquel lugar, frenando al cruzarse con ella para observar a la joven belleza que su ajustada ropa mostraba con agrado. En las callejuelas que de vez en cuando se abrían a su derecha, oscuras y solitarias en casi todos los casos, a veces se podía vislumbrar la débil luz del interior de un vehículo, mostrando las siluetas de cuerpos en lascivas posiciones. Cada vez que contemplaba alguna de aquellas escenas, más comunes de lo que algunos podían imaginar, se paraba durante unos breves instantes y luego continuaba su camino soltando alguna carcajada de orgullo. Sabía perfectamente qué había provocado que el ser humano caminara hacia su total perdición... y aquello le hacia gracia.
De vez en cuando, cuando ya apenas quedaba cuesta que subir, algún gemido llegaba hasta su desarrollado oído, proveniente de algún callejón dejado atrás o del olivar que crecía y se extendía más allá del otro lado de la carretera. No podía evitar pensar que quizá aquellos amantes nocturnos se afanaban al placer del momento al intuir que tal vez no habría más oportunidades para disfrutar de la compañía de otros.
Otro coche la adelantó despacio, casi al mismo ritmo que su tranquilo paso, y cuando ya la había superado en unos cincuenta metros, la cabeza de un hombre cincuentón asomó por la ventanilla del copiloto vociferando todo tipo de obscenidades que su alcoholizada mente imaginaba. De nuevo un sentimiento preñado de pena y ridículo provocó una sonrisa en el rostro de la joven. “No sabéis quién soy”, pensó mientras observaba al coche alejarse, “Pero yo haré que lo sepáis, y entonces no bravuconearéis ni os creeréis más fuertes que una simple hormiga. Pues sabréis que vuestro fin ha llegado y lloraréis a mis pies, suplicando y sollozando por vuestras patéticas existencias”.
El sol asomó a su espalda, iluminando los primeros edificios que surgían ante de ella, al acabar la zona industrial. La actividad comenzó con rapidez, y antes de que la esfera amarilla del astro hubiera abandonado por completo la línea del horizonte, el pueble apareció yendo de un lado para otro, subiendo y bajando de los coches y cruzando las calles. Les observó en silencio, continuando su camino hacia donde su especial percepción imponía. Su singular aspecto, a la vez tan atractivo y tan sobrecogedor, provocaba distintas reacciones en el resto de transeúntes, lo que alimentaba su ego y arrojo ante el proyecto que ya había iniciado.
Las calles de la zona vieja de la ciudad a la que dieron paso los edificios de pisos que la circundaban por la zona este eran estrechas y estaban mal pavimentadas. En ellas todavía quedaban restos de la actividad nocturna juvenil de la noche que acababa de pasar. Era el primer domingo de septiembre. El otoño acababa de empezar con la caída de las hojas, y si sus planes llevaban buen camino, nunca más volverían a vestir las copas de los árboles.
Al fin llegó al destino que su instinto marcaba. Frenó sus pasos frente a los jardines que separaban aquellos edificios del parque en que se encontraba. Observó varias veces las terrazas de los pisos que asomaban del resto de la construcción, con sus plantas creciendo verdes, en una armonía y tranquilidad que nunca había observado antes. Los pocos que aún no habían partido hacia su trabajo salían con calma de aquel pequeño barrio, dejando a la mayoría descansando aún en sus camas, y aún en menor número algunos trasnochadores arrastraban sus pies hacia los portales de cristal.
Avanzó un poco y se sentó en un banco de aquel sencillo parque. Contempló como todo parecía tener un orden lógico, y nada escapaba de aquella serenidad, ni los arbustos bien cortados por las manos expertas de viejos jardineros ni las blancas aceras que poblaban los arenosos pasillos que cruzaban el rectangular jardín. En uno de los bancos de esos pasillos se encontraba ella, con las piernas cruzadas sobre sus tablas y el pecho reposando en su respaldo. Colocó su cabeza sobre los brazos cruzados sobre el propio respaldo y continuó estudiando aquel lugar.
Tal vez era cierto que estaba allí. Tal vez al fin le había encontrado. Ahora sólo quedaba por comprobar si no lo habían hecho otros antes que ella. Sin embargo, que no estuviera solo únicamente prolongaría un poco más la conclusión de su plan, e incluso lo haría más entretenido.
Irguió su espalda mostrando todo el esplendor de su figura y tras reconocer su éxito comenzó a reír. Su risa quebró la armonía del parque, y una rama de un arbusto se quebró y se escuchó el lamento de un perro desde una fría terraza. “Esperadme, pronto os arroparé bajo mi manto...
De vez en cuando, cuando ya apenas quedaba cuesta que subir, algún gemido llegaba hasta su desarrollado oído, proveniente de algún callejón dejado atrás o del olivar que crecía y se extendía más allá del otro lado de la carretera. No podía evitar pensar que quizá aquellos amantes nocturnos se afanaban al placer del momento al intuir que tal vez no habría más oportunidades para disfrutar de la compañía de otros.
Otro coche la adelantó despacio, casi al mismo ritmo que su tranquilo paso, y cuando ya la había superado en unos cincuenta metros, la cabeza de un hombre cincuentón asomó por la ventanilla del copiloto vociferando todo tipo de obscenidades que su alcoholizada mente imaginaba. De nuevo un sentimiento preñado de pena y ridículo provocó una sonrisa en el rostro de la joven. “No sabéis quién soy”, pensó mientras observaba al coche alejarse, “Pero yo haré que lo sepáis, y entonces no bravuconearéis ni os creeréis más fuertes que una simple hormiga. Pues sabréis que vuestro fin ha llegado y lloraréis a mis pies, suplicando y sollozando por vuestras patéticas existencias”.
El sol asomó a su espalda, iluminando los primeros edificios que surgían ante de ella, al acabar la zona industrial. La actividad comenzó con rapidez, y antes de que la esfera amarilla del astro hubiera abandonado por completo la línea del horizonte, el pueble apareció yendo de un lado para otro, subiendo y bajando de los coches y cruzando las calles. Les observó en silencio, continuando su camino hacia donde su especial percepción imponía. Su singular aspecto, a la vez tan atractivo y tan sobrecogedor, provocaba distintas reacciones en el resto de transeúntes, lo que alimentaba su ego y arrojo ante el proyecto que ya había iniciado.
Las calles de la zona vieja de la ciudad a la que dieron paso los edificios de pisos que la circundaban por la zona este eran estrechas y estaban mal pavimentadas. En ellas todavía quedaban restos de la actividad nocturna juvenil de la noche que acababa de pasar. Era el primer domingo de septiembre. El otoño acababa de empezar con la caída de las hojas, y si sus planes llevaban buen camino, nunca más volverían a vestir las copas de los árboles.
Al fin llegó al destino que su instinto marcaba. Frenó sus pasos frente a los jardines que separaban aquellos edificios del parque en que se encontraba. Observó varias veces las terrazas de los pisos que asomaban del resto de la construcción, con sus plantas creciendo verdes, en una armonía y tranquilidad que nunca había observado antes. Los pocos que aún no habían partido hacia su trabajo salían con calma de aquel pequeño barrio, dejando a la mayoría descansando aún en sus camas, y aún en menor número algunos trasnochadores arrastraban sus pies hacia los portales de cristal.
Avanzó un poco y se sentó en un banco de aquel sencillo parque. Contempló como todo parecía tener un orden lógico, y nada escapaba de aquella serenidad, ni los arbustos bien cortados por las manos expertas de viejos jardineros ni las blancas aceras que poblaban los arenosos pasillos que cruzaban el rectangular jardín. En uno de los bancos de esos pasillos se encontraba ella, con las piernas cruzadas sobre sus tablas y el pecho reposando en su respaldo. Colocó su cabeza sobre los brazos cruzados sobre el propio respaldo y continuó estudiando aquel lugar.
Tal vez era cierto que estaba allí. Tal vez al fin le había encontrado. Ahora sólo quedaba por comprobar si no lo habían hecho otros antes que ella. Sin embargo, que no estuviera solo únicamente prolongaría un poco más la conclusión de su plan, e incluso lo haría más entretenido.
Irguió su espalda mostrando todo el esplendor de su figura y tras reconocer su éxito comenzó a reír. Su risa quebró la armonía del parque, y una rama de un arbusto se quebró y se escuchó el lamento de un perro desde una fría terraza. “Esperadme, pronto os arroparé bajo mi manto...
Anuncio de próxima actividad en el blog
Sé que de momento el blog está muy parado -casi muerto más bien-, pero la razón es muy sencilla: no existe tiempo suficiente para hacer todo lo que tendría que hacer. Y de momento prefiero dedicar tiempo a escribir la segunda parte de El Legado de Arparys que a escribir en el blog, en el cual además no hay nadie aún que se haya unido. Por eso, para animar a la gente a unirse y participar, y para que aquellos que no hayan leído el libro ni nada sobre éste se animen a hacerlo, iré publicando fragmentos de la primera parte que darán una muestra de la historia que se incia en El Legado de Arparys y que desarrollaré durante todas las partes de El Destino de los Órdenes.
Para aquellos que quieran mantener todo el misterio del libro, el cual es parte de su encanto, les recomiendo que una vez hayan saciado su curiosidad por saber si la historia les podría llamar la atención, o si el estilo con el que está escrito les convence, no coninúen leyendo el resto de los fragmentos, que si bien no deberían desvelar nada demasiado importante sí podrían dar algún dato que suele ser mejor averiguar en un orden y con un desarrollo mucho mayor.
Saludos a todos, y espero que disfrutéis de los fragmentos.
pd: hoy pongo el prólogo entero y un fragmento del primer capítulo.
Para aquellos que quieran mantener todo el misterio del libro, el cual es parte de su encanto, les recomiendo que una vez hayan saciado su curiosidad por saber si la historia les podría llamar la atención, o si el estilo con el que está escrito les convence, no coninúen leyendo el resto de los fragmentos, que si bien no deberían desvelar nada demasiado importante sí podrían dar algún dato que suele ser mejor averiguar en un orden y con un desarrollo mucho mayor.
Saludos a todos, y espero que disfrutéis de los fragmentos.
pd: hoy pongo el prólogo entero y un fragmento del primer capítulo.
lunes, 16 de enero de 2012
Hola a todos.
Lo primero que he de hacer es presentarme, aunque supongo que los primeros lectores del blog me conocerán. Me llamo Manuel Ocaña, y soy el autor de El Destino de los Órdenes, una saga de literatura fantástica que ha visto la luz gracias al primer volumen de su primera parte: "El Legado de Arparys, Vol. 1: Acoso"
He creado este blog para ir indicando los avances en las distintas partes de la saga, así como cualquier evento o suceso especial de la promoción que continuamente hay que buscar para que la obra llegue a buen puerto y sea conocida por un mayor número de gente. Espero disfrutar de esta nueva aventura junto con todos vosotros, por lo que no os cortéis en poner vuestros comentarios, sean buenos o malos, e incluso cualquier duda que tengáis sobre la historia intentaré resolverla lo mejor posible.
De momento aquí dejo la primera entrada, ya que no estoy en el lugar ni el momento oportuno para continuar escribiendo, pero prometo volver lo antes posible e intentar mantener algo de ritmo en mis publicaciones en el blog.
Saludos a todos!!!
Lo primero que he de hacer es presentarme, aunque supongo que los primeros lectores del blog me conocerán. Me llamo Manuel Ocaña, y soy el autor de El Destino de los Órdenes, una saga de literatura fantástica que ha visto la luz gracias al primer volumen de su primera parte: "El Legado de Arparys, Vol. 1: Acoso"
He creado este blog para ir indicando los avances en las distintas partes de la saga, así como cualquier evento o suceso especial de la promoción que continuamente hay que buscar para que la obra llegue a buen puerto y sea conocida por un mayor número de gente. Espero disfrutar de esta nueva aventura junto con todos vosotros, por lo que no os cortéis en poner vuestros comentarios, sean buenos o malos, e incluso cualquier duda que tengáis sobre la historia intentaré resolverla lo mejor posible.
De momento aquí dejo la primera entrada, ya que no estoy en el lugar ni el momento oportuno para continuar escribiendo, pero prometo volver lo antes posible e intentar mantener algo de ritmo en mis publicaciones en el blog.
Saludos a todos!!!
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